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Cultura y farándula | 08/06/2025   05:27

“El último duelo”, un thriller que quiere (y no puede) ser más

Igual que “Los duelistas”, este último filme de Ridley Scott está ambientado en Francia, pero, a diferencia del primero, no en la era napoleónica, sino en 1386, durante la alta Edad Media.

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Brújula Digital|08|06|25|

Fernando Molina

Al director británico Ridley Scott le interesan los duelos. Su primera película (1977) fue “Los duelistas”, basada en una novela de Joseph Conrad. Hace no mucho volvió al tema con “El último duelo” (2021), también basada en un libro, pero en uno de historia, que contaba la historia de Marguerite de Carrouges, atrapada en medio de la enemistad de dos hombres: su marido, Jean de Carrouges, caballero del reino de Francia, y Jacques Le Gris, escudero de un duque francés muy poderoso.

Igual que “Los duelistas”, este último filme está ambientado en Francia, pero, a diferencia del primero, no en la era napoleónica, sino en 1386, durante la alta Edad Media.

Se lanzó cuando salíamos de la pandemia, así que no pude verlo en el cine. Todavía me daba aprehensión concurrir a espectáculos públicos y, además, duró apenas una semana en nuestras salas. O eso recuerdo. En todo caso, dado que suelo disfrutar mucho con Scott, uno de los más talentosos cineastas comerciales de nuestra época, me alegré de verla en Prime hace unos días. Sé que a este director, famoso por su ambientación envolvente, hay que apreciarlo en pantalla grande, pero qué le vamos a hacer, es lo que hay. 

Me anticipo a decir que “El último duelo”, en pantalla chica, es bastante mejor que las otras dos últimas películas de Scott vociferando y trepidando en el cine: “Napoleón” (2923) y “El gladiador II” (2024). Se trata de un thriller absorbente, inteligente, impresionante en algunas de sus escenas de gran violencia. Eso, que no es poco, pero tampoco más.  

Marguerite acusa a Le Gris de haberla violado. No tiene testigos, porque en el momento en que la alegada violación ocurrió su marido estaba de viaje y los sirvientes de su casa se habían marchado con su suegra a otra parte. Jean de Carrouges, que odiaba a Le Gris por “asuntos de hombres” (tierras, intrigas palaciegas, etc.), decide respaldar a su esposa, lo que es imprescindible para que haya un juicio (como se dice en el filme, una violación no era entonces un crimen contra una mujer, sino contra la propiedad de un marido), en el que se juegan la vida el supuesto agresor y también la demandante, que puede ser ejecutada por “falso testimonio” si el acusado sale bien librado. 

De Carrouges es miembro de una familia noble, pero no tiene mucho dinero y tampoco es querido por el jovencísimo rey, que no aprecia –o quizá envida– su rusticidad y valor personal. Jean se hace valer mediante su buena disposición y coraje para la guerra. 

Le Gris resulta absuelto de la acusación de Marguerite por el conde Pierre d’Alençon, de quien es escudero. Además, vive una racha ascendente en su carrera de intrigante de corte. Probablemente saldrá libre, así que De Carrouges hace una jugada extrema: apela la sentencia del conde ante el rey y recurre a una antigua ley todavía vigente pero sin uso que le permite retar a un duelo legal a su adversario. Dios debe definir quién es inocente (el que gane) y quién culpable (el que muera). 

Esta fue la última vez en la historia de Francia que se empleó esta norma, reminiscencia de tiempos más brutales y supersticiosos. Por eso se trata del “último duelo”. La película comienza con los dos hombres, bajo una tensión suprema, preparándose ansiosamente para pelear.

Scott opta por contar esta historia desde las tres perspectivas involucradas, las de Jean, Le Gris y Marguerite. Para eso, divide la película en tres partes. En principio, cada una de ellas debería relatar los mismos hechos, solo que tal como los vivió cada personaje. Pero en la práctica esto es imposible, así que Scott solo repite la escena de la violación y deja que, en lo demás, las tres reconstrucciones sean sucesivas, no repetitivas. Con eso, la búsqueda de contrastes entre enfoques no se realiza del todo. 

El propósito declarado del director es reivindicar a Marguerite, que es, de los tres protagonistas, la única capaz de amar y de entender el amor. La que, además, corre con los graves riesgos asociados a la demanda en nombre de la verdad y no del poder, a diferencia de los varones de este “triángulo”. Respaldar a Marguerite es muy propio de nuestra época. En los siglos que siguieron a este caso, algunos intelectuales e historiadores (varones, claro) pidieron la rehabilitación de Le Gris, en nombre del rechazo de la Ilustración al oscurantismo medieval, que se expresaba en la citada ley de duelo, y a los nobles de nacimiento, como De Carrouges. Varios “philosophes” de la Ilustración hablaron del caso sin mencionar siquiera a Marguerite.

Pero Scott no es muy bueno para plantear (o “plantar”) conceptos, así que al final la línea feminista queda como sobrepuesta en el real resultado de sus esfuerzos, que es, como ya dije, un thriller en el que el suspenso no decae y nos vemos metidos, como siempre en el mejor cine del director británico, en una atmósfera muy convincente, palpable, casi. 

A lo que se suma la actuación de actores consagrados: Matt Damon hace de Jean de Carrouges; Adam Driver de Jacques Le Gris y Jodie Comer de Marguerite de Carrouges. 





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