Brújula Digital|12|05|25|
Juan Pablo Guzmán
Era el lejano 1642 cuando el filósofo, científico e historiador inglés Thomas Hobbes trató de desentrañar el comportamiento de la humanidad en su libro De Cive. Su conclusión no pudo ser más sombría: cargado de pesimismo, concluyó que en un “estado natural”, sin moral ni justicia, a los seres humanos solo los anima la búsqueda de poder ya que están en permanente guerra consigo mismos y con los demás.
Tras 383 años, Hobbes encuentra cumplida su reflexión en las condiciones de la humanidad que refleja la serie televisiva The last of us (El último de nosotros), como si él mismo hubiera sido el guionista y creador de esta saga de ficción que deslumbra en su segunda temporada (2025).
Desde luego que Hobbes pensó en su tiempo sobre la sociedad y sus desvaríos existenciales y no sobre el planeta plagado de zombis de The last of us, infectados por un hongo que controla el cerebro y el comportamiento del cuerpo en el que se aloja. Pero tal vez es útil cierto parangón entre los males que exploró en el hombre de hace siglos y la realidad de un imaginario planeta de un futuro cercano, abatido por una pandemia que libera los más bajos instintos.
Homo homini lupus, dijo Hobbes; es decir, en castellano, “el hombre es un lobo para el hombre”, y con esa célebre frase resumió una visión desanimada de la naturaleza humana, que en la serie televisiva encuentra su máxima cristalización.
En el mundo posapocalíptico de The last of us la sociedad, entendida como una estructura ordenada, ha desaparecido, el hombre duda de sí mismo, los credos atraen a los desorientados, la ley es un lejano recuerdo pulverizado, el afán de sobrevivir disuelve el miedo al crimen, y la maldad cambia de máscaras hipócritas para burlarse de los ingenuos.
El “humano hobbesiano”, aquel que es un lobo para el hombre, es decir aquel que es capaz de devorarse a un semejante, es el “modelo” que trata de imponer su supremacía en el mundo de The last of us. Por el afán de sobrevivir ese hombre justifica cualquier acción, así sea alguna de lo que en el mundo anterior a la hecatombe se consideraba como delito. El lobo se impone al hombre y está suelto.
La primera temporada de la serie, de nueve capítulos, se lanzó el 15 de enero de 2023, mientras que la segunda se estrenó el 7 de abril de 2025, con la difusión de un capítulo por semana, de siete en total.
Curiosamente, el primer capítulo de la primea temporada casi invita al tedio: su semejanza con The walking dead desalienta a algún público, su ritmo narrativo tiene una lentitud casi pasmosa y los personajes apenas sugieren su perfil.
Pero a partir del segundo capítulo la serie se potencia notablemente y logra despegar con fuerza y velocidad, y hasta el final de la primera temporada no hay lugar para el bostezo. Cada capítulo, con un director diferente, entremezcla el pasado con el presente, los personajes principales adquieren cuerpo y los secundarios se concatenan con ellos en armonía. Tanto Pedro Pascal (que personifica a Joel Miller) como Bella Ramsey (Ellie) redondean con suficiencia los roles asignados.
Los primeros capítulos de la segunda temporada no pierden ese carácter y hasta uno de ellos llega a un clímax insospechado que eriza la piel y desbarata las fáciles fórmulas en las que podía haber caído la historia.
Un mérito adicional es la reproducción gráfica en la pantalla de televisión del videojuego del que nace serie. Quienes disfrutaron del videojuego ven en la serie una puesta en imagen real de perfección milimétrica. Y quienes no llegaron a la historia mediante una consola, se sumergen con igual intensidad en la atmósfera de ciudades y locaciones casi pulverizadas por la guerra contra la pandemia, abandonadas hasta un infinito de soledad.
En este conjunto de méritos, puede reprocharse a The last of us algunas debilidades del guion en las que por fragmentos se cede a la tentación maniqueísta de separar el mundo entre el bien y el mal. Las comunas sobre las que se busca renacer pueblos y ciudades presentan una armonía interna casi irreal.
Pero esas pasajeras opacidades quedan al margen al valorar el conjunto de la serie, que obliga al espectador a pensar sobre la naturaleza del hombre cuando las reglas de la civilización se esfuman ante el afán de sobrevivir, sin Estado que ordene ni sociedad que pacte. Allí el mundo está poblado por una jauría de lobos, hijos del pensamiento profético de Hobbes. La meta de estas fieras no es aproximarse al bien común, sino satisfacer sus necesidades a cualquier costo, sin ética ni límites.
En ese mundo distópico, la esperanza del resurgimiento de la humanidad sobre sus cenizas parece una alternativa incierta. No solo por los millones de zombis (¿lobos?) que aguardan en silencio bajo tierra, listos para desatar su hambre por carne viva, sino por el carácter del hombre, que lo lleva a repetir sus errores una y otra vez, en un círculo infinito que ni siquiera el apocalipsis logra detener.
¿Será este el destino del planeta, en el que prevalecerán los insensatos? Para The last of us, sí.
Juan Pablo Guzmán es comunicador social.