Brújula Digital|23|03|25|
Mauricio Souza Crespo | Tres Tristes Críticos |
1. Realmente hay paquetes turísticos en los que la atracción principal son visitas a campos de concentración nazis. De hecho, y a solo a dos clics del mouse, encontramos ofertas como esta: un paquete de seis noches/siete días en las ciudades de Varsovia y Cracovia, Polonia, con paseos por lo que queda de los campos cercanos a esas ciudades, los de Treblinka y Auschwitz, lugares del exterminio de dos millones de personas. Costo de este tour: 2.990 dólares. El precio incluye los hoteles (de cuatro estrellas), las comidas, el guía y el transporte local. Pero no los pasajes de avión. Tampoco los “extras”, dice el anuncio que leo en internet. (Idea para un concurso entre malentretenidos con una inclinación irrefrenable por el humor negro: proponer los que podrían ser los “extras” en un tour por campos de exterminio).
2. Al parecer, muchos de los que compran estos paquetes turísticos lo hacen por razones familiares e identitarias: quieren ir al encuentro de sus orígenes desde las comodidades de un viaje organizado, cómodo y breve. Se imaginan que, yendo a esos lugares, emprenden la persecución nostálgica de la patria que explica a sus antepasados, incluso si esos lugares de la memoria fueron los que esos antepasados sobrevivieron apenas o en los que murieron asesinados. En la comedia Un dolor real, los primos David y Benji se embarcan en uno de estos costosos viajes sentimentales.
3. Un dolor real es varias cosas a la vez, todas conocidas: es una película de carretera –con esas inevitables convivencias forzadas y contratiempos de viaje que obligan a los personajes a conocerse, a mostrarse y exponerse–; es el retrato cómico de una pareja dispareja –con sus necesarios contrastes extremos y sus exasperaciones mutuas y varias–; es un melodrama familiar –con la inminencia de sus secretos y sus múltiples heridas abiertas–; es también una película sobre el holocausto o, más bien, sobre su sombra y su herencia. Aunque conocidos, estos esquemas y fórmulas argumentales apenas sí se notan en la película, que los entrelaza con delicadeza, como si Jesse Eisenberg (su director, escritor y protagonista) los estuviera inventando en ese momento o los acabara de descubrir ahí.
4. Los expertos en el análisis o enseñanza del guion suelen insistir en la importancia de lo que llaman “subtexto”, palabra algo vaga y compendiosa con la que identifican los sentidos de una historia que no están a la vista, es decir, esos que no están en la superficie misma del texto cinematográfico y que hay que deducir o intuir a partir de pequeñas pistas y señales. “Los sentidos subyacentes, es decir que no son explícitamente expuestos, de las palabras y acciones de los personajes de una historia”, declara, con mayor concisión, la IA cuando le solicito una definición (probable resultado estadístico de miles de disquisiciones sobre el concepto). Quizá el guion de Un dolor real sea un ejemplo perfecto de esas bondades sistemáticas de la indirección, de la construcción de una historia a partir de lo que no se dice pero se sugiere, de lo que no se sabe pero deja que lo sospechemos.
5. A primera vista, por ejemplo, tenemos la impresión de que sabemos lo suficiente de sus personajes centrales: David y Benji, dos primos, milenials y judíos que están retornando, con ese viaje, a una niñez y adolescencia en la que fueron unidos y se querían mucho. Los acercaba, entre otras cosas, la presencia poderosa de una abuela polaca sobreviviente del holocausto (que es la que, al morir, les deja el dinero para que hagan el viaje). Si hemos visto películas independientes norteamericanas –incluyendo las antiguas de Woody Allen– conocemos bien los tipos: David es el tenso, obsesivo, rígido e incómodo intelectual que habla rápido mientras no sabe qué hacer con sus manos (interpretado sin mayor dificultad por Eisenberg, que ha lidiado desde niño con un trastorno obsesivo-compulsivo y que es un maestro de la incomodidad nerd); Benji, por contraste, es el relajado, caótico e irresponsable que anda por el mundo como por su casa, haciendo amigos del alma en dos minutos (interpretado a la perfección por Kieran Culkin, que ganó hace unas semanas un Óscar por ello). Pero para estas caracterizaciones y contrastes la película necesita apenas cinco minutos, los iniciales (muy graciosos, por otra parte); luego, y sin dejar de ser esos tipos conocidos de tantas películas, los personajes se revelan capaces de matices, de giros, de gestos, de reacciones, de empatías y cegueras que los sacan del estereotipo. Verlos interactuar en esta comedia nos devuelve algo ya infrecuente en el cine estadounidense: la sensación de que estos personajes son personas. Personas que vale la pena conocer.
6. Hay por supuesto algo de irremediablemente disonante o grotesco en la idea de un tour que culmina en la visita a campos de concentración. Eisenberg lo sabe y lo dice. Pero lo suyo es algo más difícil que la sátira que está a la mano: incluso en los momentos de deliberado kitsch turístico, y sin olvidarse de esos obvios absurdos de la situación, el relato crea y se detiene en momentos de verdadera emoción, de hallazgos intersubjetivos, del descubrimiento –extrañamente sorpresivo– de que los otros no son simples. Si, como creía Hegel, el error es un momento de la verdad, acaso el kitsch lo sea del sentimiento o de la empatía.
7. La película no acaba en ninguna transformación sentimental, punto de llegada obligatorio de tanta comedia o drama hollywoodense. Aquí los personajes azarosamente reunidos en un tour se separan, para continuar con sus vidas; ninguno de los dilemas que hemos entrevisto se ha resuelto y cada cual regresa a rutinas y hábitos suspendidos por una semana, en un viaje. Años después, recordarán tal vez algo de todo esto.
8. Las artes de Eisenberg, las exactas habilidades de su talento, se pueden verificar, reunidas, en una escena, la culminante aunque no la final de esta película: la visita, que cierra el tour de los primos, a la casa que fue de la abuela, ahora ocupada por otros. La complejidad de lo que sucede en esta escena depende de lo que no sucede en ella: el cierre trágico de una tragedia. En cambio, lo que vemos es un momento que parece improvisado, que podría suceder de otro modo y en otro lugar, que tiene una distraída gravedad emocional pero solo para sus personajes y para nosotros, los que estamos viendo la película. Puede que el país que expulsó a la abuela sea el mismo que expulsa ahora a sus descendientes. Puede que los orígenes tengan algo que ver con nosotros, aunque es probable que no.
9. Eisenberg ha dicho que el título de su película se refiere a lo siguiente: que los grandes dolores, los grandes traumas históricos (el holocausto, por ejemplo) no hacen menos reales ni menos traumáticos los ‘pequeños’ dolores, los ‘pequeños’ traumas (los de Benji, por ejemplo). Trauma contra trauma, y en la noche de la historia, los dolores tienen el mismo color y se comunican entre ellos.