Este 13 de marzo del 2025 el patriarca del nuevo cine latinoamericano, Fernando Birri, habría cumplido 100 años, aunque parecía que ya los tenía hace tiempo, por esa barba blanca sedosa que cultivó esmeradamente durante tantos años. Fernando falleció a fines del 2017 en la Italia que lo acogió desde muy joven, a la que volvió como exiliado en tiempos de la dictadura militar de Argentina, y a donde regresaba incesantemente porque allí recuperó sus raíces y estableció su casa. Probablemente vivió más tiempo en Roma que en América Latina.
Tuve la fortuna de ser su amigo, de esos que uno ve de vez en cuando, a veces con varios años de por medio, pero que vuelve a encontrar con cariño invariable porque lo que se ha tejido desde el principio el tiempo no lo desteje. Lo conocí personalmente en septiembre de 1985 cuando coincidimos en un evento de claustro en Zeist (Holanda) e inmediatamente hicimos “buenas migas” como dice la expresión. En los jardines del centro cultural donde nos concentraron dimos algunos paseos para ponernos al día de todo lo que no sabíamos el uno del otro antes de ser amigos instantáneamente. Creo que ayudó el hecho de que mi madre también había nacido en Santa Fe, tres años antes que él.
No puedo olvidar ese 19 de septiembre de 1985 porque al día siguiente, ya en el aeropuerto de Amsterdam (Schipol), dispuesto a regresar a México, en los titulares de los diarios a cinco columnas y en primera página se leía una palabra incomprensible para mí “AARDBEVING MEXICO”. Deduje que no podía ser golpe de Estado, sino terremoto, y así fue (magnitud de 8.1 grados en la escala Richter). El vuelo de KLM fue desviado a New York y sólo luego de dos o tres días pude regresar a mi departamento de la colonia Portales en Ciudad de México, donde la única novedad era que un bello santo de madera policromada se había caído como si fuera al encuentro de “La lujuria” de Luis Zilveti, que se había descolgado de la pared del frente (ambas piezas desaparecieron después en otro terremoto de orden familiar).
En ese primer encuentro en Holanda, Fernando Birri me interrogó: “¿Por qué no has estado en el Festival de Cine de La Habana?” Le respondí que nunca me habían invitado. Un mes más tarde me llegaron dos invitaciones a falta de una, gracias a las gestiones de Fernando que un año después asumiría como primer director de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de Los Baños, inaugurada el 15 de diciembre de 1986 por Fidel Castro, García Márquez y el propio Birri. Las invitaciones, si mal no recuerdo, venían del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica), institución emblemática del cine latinoamericano, y del ICRT (Instituto Cubano de Radio y Televisión) que entonces presidía Manelo González, otro amigo “instantáneo” de gran calidad humana (y enorme influencia política en su país).
A partir de ese año nos vimos regularmente cada mes de diciembre en el Festival Internacional de Cine de La Habana, el más importante de América Latina durante las décadas de 1980 y 1990. Todo el cine que se producía anualmente en nuestros países se podía ver ahí en dos semanas, decenas de importantes películas que de otra manera no se exhibían en nuestros países, debido al sesgo imperial de las grandes distribuidoras de cine. Además de ver cine, La Habana ofrecía la posibilidad de encontrarse con directores, actores, críticos de cine, historiadores, productores y distribuidores latinoamericanos y también invitados especiales de otros países, sin exceptuar Estados Unidos: en los años que me invitaron coincidí, por ejemplo, en los mismos hoteles (El Nacional, el Capri o el Habana Libre) con Robert de Niro, Jack Lemmon, Harry Belafonte y Christopher Walken, entre otros.
Aunque hay abundante información sobre Fernando Birri, a la que cualquiera puede acceder gracias a San Google, vale recordar que procedía de una familia de artistas plásticos y músicos, y que estudió en Roma, en el Centro Sperimentale di Cinematografía, de 1950 a 1953. A su regreso a Argentina en 1955 su carácter pionero se plasmó en la creación de la Escuela Documental de Santa Fe, donde realizó sus primeras obras con temática social, que señalaron el camino que seguiría el nuevo cine latinoamericano en los años siguientes: el cortometraje Tire Dié (1960, 32 minutos), Gran Premio Especial del Jurado del IV Festival Internacional del Cine Documental y Experimental del SODRE (1961), en Montevideo, y el largometraje Los Inundados (1962), que obtuvo el premio a la mejor Ópera Prima en el Festival de Venecia.
En los 15 años siguientes Birri se dedicó sobre todo a la poesía y desapareció de los radares públicos en un exilio que no era ajeno a su proximidad con el peronismo y con la revolución cubana. Reapareció en el cine con su largometraje ORG (1978, 103 minutos), un largo poema visual “orgánico” (una palabra que le gustaba usar) realizado en Italia, un collage inclasificable de imágenes subliminales que aparecen desde un fondo negro, acompañadas de una banda sonora igualmente barroca y desmesurada. ORG fue el resultado de un viaje interior muy difícil de transmitir, sólo Fernando podía entenderlo (y quizás ni él mismo, como sucede con la buena poesía). Quienes han elaborado sesudos análisis para mostrar lo mucho que entendieron de la película, muestran en realidad lo poco que la entendieron. El propio Fernando trataba de explicar su “no-film”, al menos sobre los aspectos formales: “Lo que hice con esta película fue hacer todo lo que siempre me habían dicho que […] no se debía hacer. Las transgresiones del no-film son múltiples, comenzando por las reglas narrativas: […] ficción experimental […] Uno de los referentes que tuve siempre presente […] fue rayuela de Cortázar”.
A esa obra que le tomó diez años de preparación y que de algún modo explica su desaparición durante la década de 1970, siguieron otras: Rafael Alberti, un retrato del poeta (1983), Remitente: Nicaragua. Carta al mundo (1984), Mi hijo el Che - Un retrato de familia de don Ernesto Guevara (1985), Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988) filme neobarroco sobre un cuento de García Márquez, otra vez con su propia actuación, Enredando sombras (1998), El siglo del viento (1999) con guion de Eduardo Galeano, que fue muy mal recibida por la crítica que la calificó de extremadamente ingenua, y otras hasta El Fausto criollo (2011) que fue la última de sus 14 obras.
A lo largo de su trayectoria como cineasta, lanzó manifiestos que contribuyeron en la reflexión sobre los caminos futuros del nuevo cine latinoamericano: “Manifiesto de Santa Fe”, “Por un cine nacional, realista y crítico” (1958), “Por un cine nacional, realista, crítico y popular” (1962), “Por un cine cósmico, delirante y lumpen” (1979), “Por un nuevo, nuevo, nuevo, cine latinoamericano” (1985), “Por un cineteleasta de Tres Mundos en el 2000: Trabajadores de la luz” (1986). Su pensamiento, como su obra, muestra una evolución desde el testimonio social hasta las imágenes poéticas más barrocas y, para muchos, menos comprensibles. Como solía decir, se consideraba ante todo poeta. Por la poesía pasaba todo lo demás.
Muy hábil para jugar con las palabras, como un niño con formas geométricas de colores, Birri inspiraba cada vez que abría la boca en público, porque saturaba de poesía sus reflexiones. Eduardo Galeano se inspiró en una de sus frases sobre la utopía: un horizonte que sirve para caminar, que cuando uno cree alcanzarlo, se aleja dos pasos más. Si en público mostraba una distancia histriónica estudiada, en privado Fernando era caluroso y sencillo.
La culminación de su vida como organizador de sueños fue sin duda la Escuela Internacional de Cine y TV en San Antonio de los Baños, a una hora de La Habana, por donde han pasado estudiantes de medio centenar de países, entre ellos varios bolivianos, ya sea para cursos cortos o para la carrera completa. En su lenguaje poético tan propio, Fernando la llamó “una fábrica del ojo y la oreja, un laboratorio del ojo y la oreja, un parque de atracciones del ojo y la oreja”, y se inventó un “juramento Athanasiano” (por el inventor de la linterna mágica, Athanasius Kircher):
“¿Juráis que no filmaréis un solo fotograma que no sea como el pan fresco, que no grabaréis un solo milímetro de cinta magnética que no sea como el agua limpia?
“¿Juráis que no desviaréis vuestros ojos, que no os taparéis vuestros oídos, frente a lo real maravilloso y lo real horrible, de la tierra de América Latina y el Caribe, África y Asia de la cual estáis hechos, y de la cual sois fatalmente expresión?
“¿Juráis que fieles a un sentimiento irrenunciable de liberación de la justicia, la verdad, la belleza, no retrocederéis frente a la amenaza de los fantasmas de la angustia, de la soledad, de la locura y seréis fieles antes que a nadie a vuestra voz interior?
“Si así no lo hiciereis, que el tigre y el águila devoren el hígado de vuestros sueños, que la serpiente se enrosque en el chasís de vuestra cámara, que ejércitos de luciérnagas chisporroteen cortocircuitos e interferencias en vuestras grabadoras electrónicas.
“Si así lo hiciereis, como confiamos, que el colibrí os proteja blindados con la delicada coraza de un arco-iris que dure tanto como vuestra vida y más allá, en vuestras obras”.
Mi amigo el cineasta argentino-boliviano (nacido en Sucre), Humberto Ríos le dedicó el documental Fernando Birri, el utópico andante (2012), sumando su celebración a muchas otras durante la última década de su vida. Fernando fue homenajeado y premiado en Argentina, Cuba, Italia y Brasil, y muchos otros países donde sus películas cosecharon reconocimientos.
Lo más completo que conozco sobre Birri, para los realmente interesados, se ha publicado en la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV): por una parte, Larga vida a la utopía del ojo y de la oreja. Memorias de Fernando Birri (2016, 343 páginas) y por otra Fer (2025, 79 páginas), ambas accesibles en línea.
Casualidades de la vida y de la muerte: el miércoles 27 de diciembre 2017 durante un acto en la Cinemateca Boliviana le entregué a Jorge Sanjinés un ejemplar del libro "Cuadernos de bitácora" de Fernando Birri, que me había entregado en La Habana Alquimia Peña, directora de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano (FNCL). Jorge y yo no lo sabíamos, pero en esas horas (dada la diferencia horaria) en Roma fallecía Fernando Birri.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta