Brújula Digital|19|03|25|
Raúl Rivero Adriázola
A inicios de la República, el mariscal Antonio José de Sucre, presidente interino hasta el arribo a la nueva patria del Libertador Bolívar, estableció de común acuerdo con él que una de las más urgentes tareas a llevar adelante era la de consolidar la soberanía de Bolivia sobre su espacio geográfico, partiendo de la base territorial de la extinta Audiencia de Charcas. Es así que definió como aspecto prioritario apurar el reconocimiento de su costa marítima y la creación y construcción de un puerto en Atacama, territorio antes dependiente políticamente de esa Audiencia y eclesiásticamente del obispado de Potosí. A principios de noviembre de 1825, Francisco Burdett O’Connor, que se encontraba en la provincia de Tarija, a la que recién había ayudado a incorporarse a Bolivia, recibió el siguiente mensaje del Mariscal de Ayacucho: “Al señor Coronel Jefe de Estado Mayor General, Francisco Burdett O’Connor.- Señor: Su excelencia el Libertador ha tenido a bien conferir a Usía una misión de suma importancia, la cual, verificada con buen suceso, le granjeará no sólo la honra, sino la gratitud de todos los pueblos del Alto Perú (…). Al carecer esta nueva República de un puerto de mar en operaciones, diríjase a la costa de Atacama, levante mapas del Loa, Cobija, Mejillones y Paposo, y habilite para el comercio el que encontrase mejor”.
Pocos días después, y en cumplimiento de esa instrucción, O’Connor salió rumbo a Tupiza, en compañía de su ayudante, el cadete tarijeño Matilde Rojas, y un sirviente colombiano que lo acompañaba hace varios años. Habiéndose aprovisionado en esa población, partieron rumbo al sud, para entrar a Atacama por la quebrada de Calahoyo hasta la mina Santa Rosa, al pie del volcán Licancabur. Luego de descansar y conseguir un guía, de nombre Fermín Torres, se dirigieron a Atacama. Con el fin de soportar el cruce por el árido territorio hasta la costa, el enviado contrató a un grupo de arrieros con sus mulas. Tras atravesar Chacance y Culupu y sufrir por la falta de abrevaderos tanto para él, su guía, sus arrieros y animales, O’Connor arribó a Cobija el 8 de diciembre y se encontró con solo habitante, un cochabambino de apellido Maldonado, quien le contó que todos sus trabajadores, dedicados a la pesca, habían muerto a consecuencia de una epidemia de viruela, quedando como sobrevivientes únicamente él y su hermano.
Al día siguiente, fecha del primer aniversario de la batalla de Ayacucho, donde Francisco Burnett O’Connor, tuvo destacada actuación como jefe de estado mayor del Ejército libertador, llegó al puerto de Cobija el bergantín de guerra colombiano “Chimborazo”, al mando del jefe de la escuadra naval colombiana en el Pacífico, comodoro Carlos Wright, con la orden del Libertador de llevar a O’Connor a reconocer todos los puertos que tenía anotados en las instrucciones enviadas por Sucre.
En sus Memorias –escritas a fines de la década de 1860, o sea casi 35 años después de ese viaje y 10 antes de la Guerra del Pacífico–, el antiguo oficial irlandés resume así su aventura por la costa boliviana en el Pacífico: “Al día siguiente emprendimos el reconocimiento de todos los puertos mencionados en mis instrucciones, y hallamos que el de Cobija tenía el mejor fondo para ancla y el puerto más cómodo también, aunque escaso de agua, pero de poder aumentar la cantidad. Me separé del Comodoro en el puerto de Loa, que no es más que una rada, y con el agua del río Loa tan salada que no se puede beber. El puerto de Mejillones es hermoso, pero carece de agua. El Paposo tiene río con pescado que le entra, pero el tránsito desde Paposo por tierra a Atacama no tiene una gota de agua, ni pasto, y por estas razones inverificable. Empero, si yo hubiese podido penetrar en lo futuro, hubiese habilitado los dos puertos, el de Paposo y el de Atacama; el primero con almacenes para el desembarco de mercancías, y el segundo para punto de partida desde Potosí, disponiendo que los fardos y demás cargas se transportasen de un punto al otro en lanchas, arrimándolas a la costa sin peligro alguno. De este modo se hubiesen evitado las posteriores pretensiones infundadas de Chile”.
El “Chimborazo” deja a O´Connor en el puerto de Quillagua. En este pueblo se dedica a elaborar el informe de su misión y los primeros mapas de los territorios costeros de Bolivia, tomando como referencia las Reales Órdenes emitidas por la corona española, que establecían los límites de este territorio en posesión de la Audiencia de Charcas. Terminada esa tarea, decide dirigirse de la costa a Potosí, en compañía del guía y arrieros, buscando la mejor ruta para el levantamiento de casas de posta, corrales y potreros. La ruta tomada por los viajeros fue tremendamente hostil, pues por varias jornadas les resultó imposible conseguir agua ni pasto para los caballos; sin embargo, aunque exhaustos, arribaron sanos a Potosí.
Pocos días después O’Connor se dirige a Chuquisaca y se presenta ante Sucre, a fin de dar parte de su ardua misión, entregándole el informe, los mapas y otros apuntes relativos a las demarcaciones del Alto Perú. Al día siguiente, el Mariscal lo llama para indicarle que había examinado con atención los mapas y los datos tomados en el curso de su misión y que estaba muy satisfecho.
El 26 de diciembre de 1825, el gobierno boliviano emite un decreto, por el que “queda habilitado como puerto mayor de la República, como Puerto La Mar, el de Cobija”. Lamentablemente, al no haberse dragado su costa y no dotarle de infraestructura para operar adecuadamente, este puerto tuvo vida precaria.
Posteriormente, O’Connor se lamenta de que Sucre haya hecho poco uso de los resultados de su misión, llegando a la conclusión de que se debió a las apreturas económicas del erario público, que impedían tener recursos suficientes para habilitar el puerto de La Mar-Cobija y la ruta de postas en condiciones adecuadas para operar todo el año y con barcos de pequeño y mediano calado, a fin de dejar de usar puertos ajenos, hasta ese momento más accesibles. Fue por esa razón, entonces, que Sucre se dirigió tiempo después al presidente de Perú, Andrés de Santa Cruz, proponiéndole el trueque del puerto de Arica por el de Copacabana –en el lago Titicaca, oferta que fue rechazada.
Hoy día, viendo a la distancia los hechos que se sucedieron y que llevaron a nuestro país a su enclaustramiento, si Sucre se hubiera empeñado en seguir los consejos de O’Connor y sentado bases reales de soberanía sobre ese territorio, al habilitar uno o más puertos operables, o si Santa Cruz aceptaba la propuesta de trueque de Copacabana por Arica, puerto natural del Alto Perú, seguramente la historia de nuestro acceso al litoral se hubiera escrito de diferente manera.
Raul Rivero es economista y escritor.