Brújula Digital|02|03|25|
Mauricio Souza Crespo | Tres Tristes Críticos |
1. Según los cálculos de DraftKings, una de esas grandes empresas de apuestas en línea, las cintas que en la ceremonia de esta noche (a partir de las 20:00, en TNT, CNN y Max) tienen, con cierta ventaja, mayores probabilidades de ganar el Óscar a la mejor película del año son, en orden: Anora, Cónclave y El brutalista.
2. Ninguna de estas favoritas es una superproducción –como Oppenheimer y Barbie, el año pasado. Es más: con la excepción del musical Wicked y de la saga de ciencia ficción Duna 2, la de las “diez mejores películas” es este año una lista en la que domina el cine independiente, de relativo bajo costo, hecho lejos del corazón financiero de la industria hollywoodense. Si Duna 2 costó 190 millones y Wicked 145, Anora, la película que, según los apostadores, ganará esta noche, solo requirió la modesta suma de 6 millones. Cónclave costó 20 y El brutalista, 10.
3. Anora, Cónclave y El brutalista comparten una parecida ambición: ninguna quiere ser solo y simplemente un relato “bien hecho”, “bien armado”, “bien producido”. Las tres intentan, más bien, ser exploraciones de las formas mismas de construir una historia. No necesariamente por los mismos caminos o gracias a los mismos instrumentos, en las tres recuperamos una experiencia infrecuente –o ausente– en el cine comercial contemporáneo: la tensa incertidumbre sobre lo que se nos está contando y lo que se nos va a contar. Así sea solo por eso, estas son películas atendibles: no son una repetición de otras. Y al no serlo, son además un respiro: aunque la monotonía tenga sus encantos, con películas como estas recordamos que puede ser un placer seguir una historia sin la seguridad de estar viendo la enésima utilización rutinaria de los mismos procedimientos dramáticos, de los mismos giros de la trama, del mismo cansado repertorio de arquetipos, efectos y fórmulas.
4. Anora. Es sabido que si una stripper se casara con el hijo disoluto e irresponsable de un oligarca ruso lo más seguro es que su historia no acabaría bien. Eso, a pesar de lo que indiquen Mujer bonita o La Cenicienta, es lo verosímil. Pero esta sospecha o certeza deviene secundaria en esta película, un drama en el que abundan los momentos cómicos. O, más bien, una comedia que tiende a la tristeza y a la melancolía. Más allá de sus premisas argumentales centrales (en torno a ciertos personajes en ciertos lugares de Nueva York), el guion parece dejarse llevar por las situaciones que construye o provoca. Por eso contar de qué se trata no sirve de mucho: dios o el demonio está en sus detalles. Y esos detalles son los de la brillante –y a la vez sobria– construcción de sus personajes centrales: una stripper –la Anora del título– y el apacible matón ruso convocado para ayudar a someterla. Las perfectas actuaciones son aquí imprescindibles –Mikey Madison merece el Óscar a la mejor actriz para el que está nominada–, pero también ese aire improvisacional que las caracteriza. Sean Baker, el director, usa maneras que había ido perfeccionando en una filmografía que persigue las serendipias del documental sin que sus películas parezcan o aspiren a ser documentales. (Como en su notable cinta El proyecto Florida –con Willem Dafoe–, en Anora Baker usa espacios reales y actores no profesionales: las strippers que rodean a la protagonista en el club donde trabaja son realmente strippers, etc.).
5. Cónclave, en cambio, es un controlado ejercicio de teatro de cámara. Si en Anora el retrato de sus personajes es intenso pero imprevisible, atento pero relajado, en Cónclave cada encuadre, toma o intercambio es un acto de deliberación, de planificado cuidado. Todo o casi todo en esta reconstrucción de la elección de un nuevo papa sucede en los opulentos ambientes cerrados –opulentos como los del lobby de un banco de mal gusto– del Vaticano (recreados en un estudio, claro), escenarios perfectos para la variada coreografía –a veces multitudinaria– de trajes, adornos, uniformes y rituales entre hombres viejos (y las pocas mujeres que los sirven, silenciosas). Este talento para imaginar fastuosos movimientos colectivos ya era evidente en la anterior película del director alemán Edward Berger, Sin novedad en el frente, con la que ganó el Óscar a la mejor película extranjera el 2023. Aquí, como en esa cinta, el drama es político: el sabroso juego de maniobras y contramaniobras entre los miembros de una corporación antigua, dividida y feroz (el “cónclave” de cardenales del título). Aunque no pocos de los personajes son figuras previsibles (el cura que trata de esconder un pecado que lo inhabilita, el semisanto padre tercermundista, el ultraconservador que quiere volver a los tiempos anteriores al concilio Vaticano Segundo, etc.), la película está anclada en su personaje central, un cardenal cansado y triste, interpretado, en la que quizá sea la mejor actuación de su carrera, por Ralph Fiennes (primero el paciente inglés y luego Lord Voldemort). Si Fiennes ganara el Óscar al mejor actor al que está nominado por este papel, ese sería un acto de justicia: pero las casas de apuestas dicen que el favorito es Adrian Brody, por El brutalista.
6. El brutalista. Épica a primera vista, pero tendencialmente íntima en su desarrollo dramático; larga (dura tres horas y pico), pero llena de notorias omisiones, silencios y elipsis; elogiada por el genio de su dirección, pero apenas la tercera película de su joven director, Brady Corbet (que antes había sido un prolífico actor), El brutalista narra 30 años en la vida de un arquitecto –emigrante húngaro y judío– en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra. Es una película sobre el holocausto tal vez, pero lo es más sobre la sobrevivencia de los sobrevivientes, sobre horrores que no se mencionan ni se representan, pero de los que vemos los que, acaso, sean síntomas y estragos. Poblada de personajes tensos como la cuerda de un arco, en un mundo –el norteamericano empresarial– en el que abundan los monstruos, sabemos que la violencia está a la vuelta de la esquina, pero no sabemos cómo llegará, de dónde, contra quién. Y que cuando llega, no aclara nada. Aunque imperfecta, El brutalista es de esas películas que tienen en nuestra memoria más vida que muchas perfectas: es difícil olvidarla.
7. Juntas, ocho de las diez nominadas a mejor película costaron 100 millones de dólares, la mitad del presupuesto de una sola de las dos restantes, Duna 2. Moraleja: al parecer, es más fácil hacer una buena película con poco dinero que con mucho.