Brújula Digital|26|01|25|
Fernando Molina | Tres Tristes Tigres |
“Jurado número 2” logra dos récords que serán difíciles de romper. Fue dirigida por un artista de 94 años, Clint Eastwood. Y es la película 47 de este director, que además ha actuado en varios otros filmes que no dirigió. Solamente Woody Allen puede presumir de ser tan o más prolífico que Eastwood, pero Allen es cinco años menor que este.
Porque “Jurado número 2” será la última película de este legendario director, al que le debemos títulos como “Los imperdonables” (1992), “Los puentes de Madison” (1995), “Mystic River” (2003), “Cartas desde Iwo Jima” (2006) y “Gran Torino” (2008) (por mencionar a las que me gustan a mí). Un prodigio de genes, porque a diferencia de tantos otros trabajos artísticos otoñales, la película está igual de bien contada, tiene la misma firmeza de trazos que la que pudiera imprimirle cualquier buen director de 30 años. En ese sentido, qué diferencia con, por ejemplo, la última novela de Mario Vargas Llosa, para entrar en un terreno en el que dispongo de más ejemplos, quizá porque no es exactamente igual, ya que mientras el cine siempre es un trabajo de equipo, el escritor triunfa o fracasa por su propia cuenta.
En todo caso, hay que tener mucha autoridad intelectual para seguir imponiéndose en un set cuando se es un anciano y se carece de fuerza corporal.
“Jurado número 2” tiene una historia interesante, pero que no es genial ni mucho menos. Un ex alcohólico es elegido como jurado de un juicio por asesinato y pronto sabe que el acusado es inocente por unas razones que no puede confesar públicamente, así que trata de salvarlo impidiendo que el jurado llegue a una conclusión. La actuación es adecuada (con Nicholas Hoult , Toni Collette, J. K. Simmons y Kiefer Sutherland), el suspenso se mantiene hasta el final, en fin, una película competente cuyo mayor signo de distinción será que la hizo un nonagenario para despedirse. Digna despedida, sin duda, aunque no la obra magistral que han visto en ella los más entristecidos fanáticos.
Y es que la salida de Eastwood (no se puede hablar de jubilación, ya que está es justamente lo que el director no ha querido) es sin duda un triste hecho.
Su cine despojado, sin efectismos, sobre la épica en el mundo real y el valor de los humanos para enfrentar los dilemas morales que se les presentan, ha representado en el séptimo arte una genuina y profunda vena de la cultura estadounidense. Sus películas han trasladado la lógica y las premisas de los westerns a otras locaciones y otros géneros. Se ha ocupado del hombre o la mujer que debe mover las botas –seguidas por la cámara en contra picado– para cruzar la puerta giratoria del bar y salir a la calle donde lo espera alguien para matarlo. Que cumple su deber por razones tan insondables como imprescindibles.
Como se sabe, Eastwood entró en el mundo del cine representando al cowboy “bueno” de “Lo bueno, lo malo y lo feo” (una categoría moral que sin embargo no dejaba de ser ambigua). Luego ha seguido defendiendo ese espíritu a lo largo de su carrera cinematográfica.
Que no podamos esperar una nueva peli de Clint Eastwood en el futuro es prueba indudable de que envejecemos y de que por eso nuestras vidas se van empobreciendo. En esto también reside la tristeza de esta despedida. En lo que nos toca a cada uno.