Brújula Digital|29|12|24|
Rodrigo Ayala Bluske | Tres Tristes Críticos |
Es difícil pensar en una sensación de mayor inseguridad a nivel global que la que nos trae este 2025; ¿los europeos en la segunda mitad de los 30 del siglo pasado habrán tenido una sensación parecida? Pero el tema es que en esta época los problemas parecen tener un carácter más amplio e irresoluble; el deterioro institucional afecta a prácticamente todos los países del mundo (lo cual abre el camino para el advenimiento de un fascismo recalcitrante), el cambio climático y la destrucción de la naturaleza parecen irreversibles y el peligro de la conflagración atómica es tan cercano, que ya ni lo tomamos en cuenta.
Sin embargo, al mismo tiempo, en forma paralela, la revolución tecnológica abre las puertas para que la humanidad entre en un periodo único, el que, al parecer, según diversos autores, Yuval Noah Harari el más conocido de ellos, nos podría conducir a la “singularidad”, es decir al cambio cualitativo que nos permita como especie cambiar, dejar de ser nosotros mismos, para convertirnos en otros, supuestamente superiores. Esa posibilidad es la que ha abierto las puertas para que una serie de productos de ciencia ficción especulen sobre ese terreno con diversa fortuna en el terreno creativo. Uno de las más interesantes, por lo menos en su primera temporada, es “Altered Carbon” (2018).
Lo que tienen en común dicha serie, producida por Laeta Kalogridis y emitida por Netflix, y el ensayo histórico “Sapiens, De animales a dioses” de Harari, es que ambos hablan sobre el futuro mediato de la humanidad, partiendo de los avances tecnológicos más recientes.
El libro de Harari nos dice (con buenos argumentos históricos y científicos), que estamos al borde de que la humanidad llegue a un estado de “amortalidad”. Es decir que los seres humanos, o por lo menos una porción de ellos, ya no moriremos de enfermedades en los próximos decenios; si lo hacemos será por accidente o algún tipo de violencia premeditada. Por su parte “Altered Carbon”, que está basada en una novela escrita en el 2002 por Richard K. Morgan (nueve años antes de la publicación de “De animales a dioses”), nos describe un mundo donde ya ha ocurrido lo que el libro predice: la tecnológica ha logrado que se pueda trasplantar los cerebros de una persona en los cuerpos de otra y por tanto la vida puede llegar a ser eterna.
Seriales como “Black Mirror” (2011-2023) o películas como “Ready Player One” (2017) nos hablan en distintos tonos de la influencia de la revolución tecnológica en la vida social en el futuro próximo (en realidad algunas de sus predicciones ya han comenzado a materializarse). En cambio, “De animales a dioses” y “Altered Carbon” tratan de visualizar los efectos de la misma a largo plazo.
La tesis expuesta en “De animales a dioses”, es sencilla, pero prácticamente indiscutible: nos encontramos en el primer momento de la historia de la naturaleza en el que la vida se ha comenzado a crear por diseño (en forma artificial) y no por competencia (en forma natural). Eso abre las puertas a realidades insospechadas; no solo se trata de que en el futuro los humanos no moriremos por enfermedades, sino que podremos alterar nuestra genética a voluntad. Cambiar de brazos o piernas será tan común (y más fácil) que el hacerse implantes dentales hoy en día. La posibilidad de trasladar la inteligencia humana a una computadora, abrirá la posibilidad de crear seres no individuales, vinculados de manera orgánica (no es ficción, según Harari hay un proyecto de la Unión Europea de miles de millones de dólares en curso en este momento, con ese objetivo). Todo ello nos plantea finalmente plantea a pasos agigantados, de que esa “singularidad” llegue en cualquier momento, casi sin que nos demos cuenta que estamos dando un nuevo paso en la evolución de la materia, una realidad todavía inimaginable (algo así como la existencia anterior al Big Bang).
Solo en las líneas finales Harari reflexiona en su texto, de pasada, sobre las consecuencias sociales de este sendero. Esos efectos sin embargo son visualizados en forma más completa en “Altered Carbon”. La tecnología de por si no crea la felicidad para todos; sus avances lo que harán en realidad es acentuar la brecha social (y en este caso genética). En la serie, la diferencia en la expectativa de vida que hoy existe entre países “pobres” y “ricos” (unos veinte años aproximadamente), se ha acrecentado en el futuro, hasta constituir dos humanidades distintas; la que disfruta de los beneficios de la planeación (y manipulación genética), y la que se encuentra en las condiciones actuales (los humanos de hoy, convertidos en subhumanos del futuro).
Obviamente toda predicción histórica con tal nivel de exactitud es debatible; entre las posibilidades a futuro también hay otras: que la humanidad implosione por el propio peso de las desigualdades (como ocurrió antaño con el Imperio Romano, ahogado por los barbaros, o más recientemente con la Unión Soviética, víctima de su ineficiencia), o que simplemente el planeta colapse como fruto del deterioro ambiental y/o la guerra nuclear. En todo caso la dirección en la que se orientan los trabajos reseñados no es incompatible con estos otros escenarios.
“Altered Carbon” sorprende por su construcción visual, que quiere emular a clásicos como Blade Runner (1982). Evidentemente logra generar la estética de un mundo nuevo, pero encuentra dificultades en el desarrollo de la trama argumental. Los responsables de la serie se engolosinan en exceso, con la posibilidad de giros argumentales que les brinda su eje temático (el cambio de cerebros a cuerpos extraños) y finalmente generan cierto cansancio por la reiteración.
En todo caso, más allá de la variedad de títulos que sin duda seguirán especulando sobre estas posibilidades, no nos toca más que esbozar una sonrisa, pensando en que siglos después de que la revolución francesa proclamara el triunfo de la razón, los humanos sigamos dando vueltas alrededor de nuestros temores y deseos más profundos.