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Sociedad | 08/09/2019

The Guardian: “'Asesino de la naturaleza', culpan a Evo Morales mientras Bolivia lucha contra devastadores incendios"

The Guardian: “'Asesino de la naturaleza', culpan a Evo Morales mientras Bolivia lucha contra devastadores incendios"

Voluntarios y uniformados luchan contra el fuego. Foto: ABI

El diario británico The Guardian acaba de publicar un importante artículo en el que relata el trabajo incansable de los bomberos que procuran apagar los incendios en la Amazonía boliviana y explica por qué Evo Morales es sindicado de haber ocasionado la tragedia. Hernando Calla hizo la traducción al español del reportaje.

Dan Collyns, The Guardian

Ronny Callaú no puede recordar cuántas noches ha estado combatiendo las llamas que han devorado franjas de bosques. Tampoco puede dejar de pensar en su encuentro con un jaguar huyendo hace unas noches.

“Corría por su vida”, dijo el capitán de bomberos, mirando por debajo de su casco amarillo. “Estaba en estado de terror puro”.

El jaguar es un temido (aunque rara vez visto) morador del Bosque Seco Chiquitano, el ecosistema único atrapado entre la Amazonía y el Gran Chaco que ha sido el más afectado por semanas de incendios en la parte oriental de Bolivia. Al menos 1,2 millones de hectáreas han sido destruidas.

Todos los bomberos voluntarios informan haber visto animales aterrados y quemados: pacas, pecarís, armadillos, tapires y muchas especies de pájaros. En cierto momento una serpiente de cascabel se trepó por la pierna de Callaú antes de que él la pateara lejos. “Recuperado del susto me di cuenta que ella pensaría que mi pierna era un árbol”, dijo. “Sólo estaba tratando de escapar”.

Miles de incendios se propagaron por el oriente de Bolivia en agosto, provocando la ira de ambientalistas y lugareños que acusaban al presidente Evo Morales de incentivar las llamas después que en julio aprobara un decreto que fomenta la agricultura de tala y quema para crear pastizales y tierras cultivables. Aparte de estar candidateando para un controvertido cuarto período de gobierno, Morales se ha negado a abrogar el decreto. Su gobierno dice que son los fuertes vientos y las condiciones de sequedad los que han de ser culpados de los peores incendios de que se tenga memoria.

Lágrimas descendieron por el rostro ennegrecido de Andrés Manacá cuando era abrazado por sus compañeros y aplaudido por los trabajadores municipales en la plaza de San Ignacio. Había retornado junto a otros bomberos voluntarios después de 8 días de estar combatiendo las llamas.

“Ha sido una experiencia muy dura porque el fuego casi me atrapa dos veces”, dijo con la voz entrecortada. “Lo primero que pensé fue en mi familia, pero gracias a Dios ahora estoy aquí”.

Manacá y otros 14 bomberos fueron trasladados por helicópteros a más de 100 km del pueblo, pero pronto se encontraron escapando de las llamas que crecían hasta la copa de los árboles tan rápidamente que producían un remolino de fuego.

“Era violento, como un rayo”, dijo. “Se sentía como si estuviéramos trabajando por defender la naturaleza”. La destrucción sin precedentes de vida silvestre era también algo difícil de tolerar. Aun cuando se seguían protocolos de seguridad estrictos, los hombres luchaban psicológicamente, expresó Luis Andrés Roca, el bombero en jefe de Manacá.

“El hedor a carne quemada era intolerable”, decía. “Es la época de elaboración de nidos y cuando los árboles prendían fuego los loros morían en ellos. Lloré con mis compañeros, nos sentíamos tan impotentes. Es la peor tragedia que jamás vimos aquí”.

El oprobio global se ha enfocado en el presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro, por la cantidad récord de incendios que se propagan en la Amazonía, el bosque tropical más grande del mundo. Ahora Morales, el presidente izquierdista en Bolivia, enfrenta una indignación similar.

Al autoproclamado defensor de la pachamama, o la madre tierra, se lo acusa de emplear las mismas políticas populistas de su homólogo brasileño. Los incendios fueron desencadenados principalmente por pequeños agricultores que utilizaron la reciente legislación para desmontar nuevas tierras destinadas a la agricultura y ganadería, alegan sus críticos.

En la Chiquitania, una inmensa región de sabana y bosque, agosto es el mes de fuertes vientos en que los agricultores realizan por lo general el chaqueo, la práctica de quemar para despejar la tierra. Pero nunca como esto, dijo don Hernán Ramos, de 76 años, quien ha pasado toda su vida en Las Taperas, un poblado en su borde oriental.

“Solía haber solo fuegos pequeños, eran controlados, no como ahora”, dijo, caminando desconsolado sobre el suelo ennegrecido cubierto de ceniza. “Estos fuegos se avivaron de tal modo que no había forma de controlarlos”.

El Bosque Seco Chiquitano es el ecosistema que conecta a los dos más grandes biomas de Sudamérica, la Amazonía y el Gran Chaco, un tupido bosque seco de árboles y arbustos cubiertos de espinas que se extiende hasta Paraguay y Brasil.

Con árboles altos de corteza delgada y a menudo sin hojas, maleza abundante y temperaturas diurnas que llegan a 45°C, hay pocos lugares en el mundo que podrían ser más inflamables. Se necesitaba apenas una chispa para que comience a arder.

En un viaje de tres días a través del territorio famoso por sus templos jesuíticos que se remontan al siglo XVII, el corresponsal del The Guardian pudo evidenciar un panorama desolador de bosques chamuscados que se extienden por kilómetros y kilómetros.

En base a imágenes de satélite de la agencia para la alerta temprana de detección de incendios de Bolivia, los grupos ambientales estiman que la destrucción ha superado los dos millones de hectáreas. Alrededor de un 16% del área dañada se encuentra dentro de áreas protegidas y los incendios se extendieron hace poco al interior de Kaa-Iya, el mayor parque nacional del Gran Chaco boliviano.

Según María del Carmen Carreras de la WWF Bolivia, las comunidades indígenas chiquitanas perdieron hasta 98% del bosque que era aprovechado sosteniblemente para la obtención de madera y otros productos como el aceite de copaiba.

Muchos lugareños echan la culpa a los campesinos que migran de tierras altas del occidente boliviano a las tierras bajas del trópico por la propagación de las llamas, porque no saben cómo controlarlas.

Parado al frente de un templo precolonial de madera pintado con murales, el alcalde de San Ignacio de Velasco, Moises Salcés, levantó su mano mientras nombraba al culpable del desastre. “La mano (del hombre)”, dijo moviendo la cabeza cansinamente. “La causa es 99%, la tala y quema indiscriminada”.

“No se puede encender la pradera así no más. Uno tiene que amontonar los troncos y arbustos, y cortarlos antes con piedras (para evitar la propagación)”, dijo Arnoldo “Chichi” Vaca, un enjuto conductor de turistas que visitaban la zona de templos jesuíticos. “Son gente de fuera la que empezó estos incendios”.

Esa percepción aviva las tensiones raciales perdurables entre “cambas” –bolivianos de tierras bajas orientales– y “collas” inmigrantes, mayormente indígenas de tierras altas de donde proviene Morales, quienes a menudo vienen buscando hacerse de una parcela de tierra para cultivar. Queman el bosque para habilitar la tierra para cultivos.

El secretario general de la gobernación de Santa Cruz, Roly Aguilera, dijo que los incendios se habían expandido porque hubo asentamientos ilegales en el bosque que “habían sido promovidos políticamente por el gobierno central”.

Cuando el viernes visitó el pueblo de La Concepción, Morales fue confrontado fuera de la Alcaldía por bomberos vestidos de naranja que exigían saber por qué no los había visitado para agradecerles. Se intercambiaron insultos entre adherentes y detractores que gritaban: “Evo, asesino de la naturaleza”.

Morales ha permitido el ingreso de soldados, aviones y helicópteros, principalmente de países vecinos, para combatir los fuegos, y la pasada semana ha ordenado que ningún agronegocio puede establecerse en la tierra quemada. El viernes acusó a grupos no identificados de pagar a gente para que inicie los fuegos.

Esas tensiones fueron puestas al descubierto cuando algunos activistas interrumpieron la anterior semana un evento en San Ignacio que marcó el inicio de la primera exportación boliviana de carne de res a China.

Los medios locales informaron que mientras Morales sellaba el primer contenedor de 96 toneladas de carne, los activistas gritaban consignas como “detrás de cada árbol tumbado hay un ganadero que ríe”.

No había risas en las primeras líneas de combate, donde bomberos voluntarios trabajaban por la noche para mantenerse más frescos y ver mejor las brasas. “¡Agua!”, se elevó un grito cuando las luces de lámpara de los voluntarios iluminaron las volutas de humo y las cenizas suspendidas en el aire.

A una distancia de media hora de La Concepción, el fuego había consumido casi todo. Las ramas se habían convertido en cenizas que podían ser apartadas como la punta de un cigarrillo dejado sobre el cenicero. Un tronco quemado zumbaba de calor blanco en su interior. El olor del humo de madera se sentía fuerte y el piso estaba caliente debajo los pies.

Decenas de bomberos voluntarios que habían llegado de ciudades de toda Bolivia se quejaron de que habían recibido poco apoyo del gobierno.

“El reavivamiento del fuego es un gran problema, es por eso que tenemos que ser tan exhaustivos”, decía Junior Tejada, un voluntario que había llegado con su brigada desde Cochabamba. Como muchos otros, manifestó su creciente enojo por la lentitud con que Morales actuó, y el creciente sentimiento de sospecha de que el presidente sea en parte corresponsable junto a los que prendieron los fuegos.

“Lo que le estamos haciendo a Bolivia y la Amazonía es algo que no puede arreglarse aún si logramos sofocar el incendio ahora”, dijo Olivia Mansilla, una arquitecta que sacó tiempo de su trabajo en Santa Cruz para hacer de voluntaria. “Lo que viene después será un holocausto para la naturaleza”.



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