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Reportajes | 24/09/2018   12:23

Recordando el secuestro del industrial minero Mauricio Hochschild

Hochschild era uno de los tres barones del estaño y estuvo secuestrado durante dos semanas junto a su gerente, Adolfo Blum, por policías durante el Gobierno de Gualberto Villarroel.

Mauricio Hochschild, en una foto de los años 40.

Carlos Antonio Tenorio Levandro

Hace 74 años, una noticia trascendió las fronteras del país. Los medios de prensa nacional e internacional daban a conocer el secuestro de Mauricio Hochschild y del vicepresidente de su firma, Adolfo Blum, hecho perpetrado el 30 de julio de 1944 en la ciudad de La Paz, durante el gobierno del presidente Gualberto Villarroel.

Dicho gobierno estuvo conformado por miembros pertenecientes a logias secretas: Razón de Patria y Estrella de Hierro, además del partido político Movimiento Nacionalista Revolucionario. Su propósito era materializar la lucha contra el entreguismo de los recursos naturales (el estaño), contra del “Superestado” minero y contra la explotación obrera y campesina.

Meses previos al secuestro, una serie de acciones amenazaron la estabilidad del gobierno y, el empresario minero, Mauricio Hochschild apareció como uno de los instigadores. Por aquellas sospechas, en mayo de 1944 fue remitido a la cárcel de La Paz junto a Adolfo Blum. El 30 de julio, luego de levantar los cargos que pesaban sobre ellos, recuperaron su libertad. Inmediatamente, Hochschild y Blum se dirigieron al consulado de Chile para solicitar el visado de sus pasaportes y salir cuanto antes del país, en ese intento fueron interceptados por el mayor Jorge Eguino, director general de Policías, y el capitán de carabineros Víctor Valdez, además de otros agentes, quienes, con revólveres en mano, les obligaron a dejar su vehículo y subir a otro. De ahí en adelante, por espacio de 17 días, el destino de ambos fue un enigma.

Hochschild era uno de los denominados “barones del estaño”, junto a Simón Patiño y Carlos Víctor Aramayo.

Los secuestrados fueron conducidos a diferentes lugares. En la primera casa de seguridad, ubicada en la antigua calle Colón de la Villa de Obrajes, permanecieron tres días, después de los cuales, y por otros tres días, estuvieron encerrados en una vivienda en inmediaciones de la plaza Riosinho habitada por el entonces comandante del Regimiento Calama mayor de ejército Ángel Valencia. De allí fueron trasladados a otro inmueble sobre la avenida Catavi, en la zona Caiconi Alto, actual Miraflores, en el que estuvieron retenidos por el lapso de siete días. El siguiente destino de los plagiados era una finca en la localidad de Palca, en las afueras de la ciudad. Finalmente, tras ser retornados a la casa de la avenida Catavi, fueron liberados merced a una serie de acuerdos, entre ellos, la absoluta discreción sobre lo sucedido y el no pretender asilarse en ninguna embajada; de ser así sufriría irremediablemente la venganza de la logia.

Mientras tanto, la intervención de los representantes diplomáticos de Argentina –Hochschild era judío- alemán, pero naturalizado argentino– y de Chile –su único hijo, Gerardo, era chileno–, además de los Estados Unidos, terminaron por sobredimensionar los eventos. En esas circunstancias, el alto mando Policial, como la entidad encargada de dar con los autores, se vio involucrada plenamente en el hecho.

Por su lado, la firma Hochschild SAMI (Sociedad Anónima Minera e Industrial) ofreció un millón de bolivianos como recompensa para quien diera información del paradero de los plagiados y, contrariamente a lo esperado, no se obtuvo respuestas serias que condujera hacia ellos.

Los perpetradores del secuestro fueron miembros de la logia RADEPA y con eminentes motivos políticos. Las repercusiones y la presión internacional, empero, ocasionaron que la decisión inicial de eliminarlos se invirtiera por la opción de obtener el dinero del rescate ofrecido, no solo como una forma de confundir a la comunidad y hacer que presumiera el secuestro como un simple y vulgar hecho delincuencial, sino de precautelar el verdadero móvil político.

Una vez liberados, Hochschild y Blum, el 15 de agosto de 1944, y bajo la protección de la Embajada de Chile, abandonaron el país definitivamente. Hochschild dejó sus intereses mineros constituidos en Bolivia a cargo de sus funcionarios de mayor confianza. Su salida puso fin aquel controversial episodio que, junto a otros acontecimientos acaecidos durante el Gobierno del presidente Villarroel, fueron los que debilitaron el proceso progresista iniciado por este.

El régimen de Villarroel estuvo rodeado por grupos que representaban diferentes aspiraciones y posiciones políticas; radicales y conciliadores generaron un alto grado de tensiones y conflictos ideológicos traducido en constantes conductas de desobediencia, y acciones en completo desconocimiento del presidente Villarroel, quien fue víctima, también, de los actos protagonizados por estos sectores.

En 21 de julio 1946 cayó el régimen del presidente Gualberto Villarroel a manos de una turba compuesta por estudiantes, maestros y obreros que asaltaron el Palacio de Gobierno, que se encontraba desguarnecido. Cuatro fueron las víctimas de la vorágine popular. Los cuerpos de Gualberto Villarroel, Luis Uría de la Oliva, Waldo Ballivián y Roberto Hinojosa pendieron por varias horas de los faroles que hasta hoy se encuentran frente al Palacio Quemado y la Catedral producto de la confabulación inspirada y orquestada por la gran minería nacional, que tenía motivos para alentar esa caída, desmereciendo todos los avances progresistas que se había conseguido durante casi tres años de Gobierno en el país.

Sergio Almaraz, en su libro El poder y la caída: el estaño en la historia de Bolivia, sostuvo al respecto: “Busch y Villarroel pagaron con sus vidas no haber sabido aceptar la realidad: creían que mandaban en el Ejército, se equivocaron, el Ejército tenía otro amo: el estaño”. Evidentemente, la institución armada a la que pertenecía Villarroel no opuso resistencia en aquella ocasión, como lo haría después en días previos a la Revolución de Abril de 1952. Por su lado, Jorge Abelardo Ramos, autor del libro Historia de la nación latinoamericana, menciona que después del colgamiento, Mauricio Hochschild había declarado: “Yo pronostiqué que Villarroel caería pronto”, frase que podría considerarse ya sea como una predicción propia de su carácter visionario o como un deseo personal.

Carlos Antonio Tenorio es historiador, escribió su tesis sobre la vida del magnate minero Mauricio Hochschild






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