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Política | 01/10/2018

Un revés en toda la línea

Un revés en toda la línea

Los jueces de la CIJ leen el fallo en La Haya. Foto: ABI

Gonzalo Mendieta (opinión)

Brújula Digital 1|10|18

Los fracasos tienen precio y pasan facturas. La factura nacional obliga a aceptar las circunstancias más duras que hayamos asumido, al menos en los últimos 50 años, en nuestras relaciones con Chile; mayores que la quiebra de Charaña o del Enfoque fresco. La factura política será cobrada en género por quienes disputan en esas movedizas arenas, tan amantes del éxito.

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No hay nada más sencillo que buscarle defectos al fracaso, decían los confesores de reyes. Esa premisa, sin embargo, implica que el fallo de la Corte Internacional de Justicia es el fracaso de la estrategia boliviana de los últimos años. Su adverso significado en las décadas por venir no puede ser aún aquilatado del todo.

Alguien dirá que incluso si hubiéramos vencido en el litigio estaríamos sin mar, pero eso sería no comprender las secuelas intangibles de un revés como éste, en toda la línea. Hasta los actos anteriores sobre los que Bolivia construyó su reclamo internacional han sido afectados porque un tribunal ha declarado su falta de valor vinculante.

La Corte de La Haya resolvió en síntesis que sí probamos que Chile aceptó o expresó su voluntad de negociar con Bolivia o de resolver su condición mediterránea. Lo que Bolivia no probó fue que Chile hubiera además consentido su intención de atarse a una obligación de negociar.  No ocurrió así, según la Corte, en ninguno de los actos, desde el acta protocolizada de 1920 hasta la Agenda de los 13 puntos, ni de forma acumulativa por esa serie de actos, ni por los silencios de Chile respecto de convenciones internacionales…, en fin.

Y cuando restaba la esperanza de que las resoluciones de la OEA o la ONU sirvieran, la Corte añadió que eran meras recomendaciones. Ése es el estatus con el que quedaron selladas las resoluciones de la OEA de 1979 y de 1983, por ejemplo. El equipo jurídico internacional, cuyas intervenciones orales celebramos, trabajó al filo de la jurisprudencia y la doctrina. Esa apuesta ha fallado, aunque nadie la impugnara aquí en su momento, no con los fundamentos que tuvo la Corte.

Los fracasos tienen precio y pasan facturas. La factura nacional obliga a aceptar las circunstancias más duras que hayamos asumido, al menos en los últimos 50 años, en nuestras relaciones con Chile; mayores que la quiebra de Charaña o del Enfoque fresco. La factura política será cobrada en género por quienes disputan en esas movedizas arenas, tan amantes del éxito.

No nos quedó ni el consuelo de que la Corte exhortara a una negociación. Lo que hizo fue indicar que su fallo no debe entenderse como un impedimento para que las partes continúen sus negociaciones y diálogos para resolver la cuestión boliviana, un asunto que ambas han considerado vigente. Aunque no es un mero formulismo, la Corte quiso así cuidarse de que se tome su fallo como una consagración del statu quo. Pero dejó a las partes, y a Chile en concreto, con la batuta de reabrir esa puerta. El fracaso no cambia de nombre por esa frase de la Corte, aun si algo es mejor que nada.

Cuando se resolvió la excepción preliminar en 2015, naufragó la tesis chilena de que todo estaba definido en el Tratado de 1904. La existencia misma de las negociaciones posteriores indica que el problema geopolítico no ha quedado resuelto. En lo práctico, basta preguntarles a tantos bolivianos las aflicciones que confrontan al comerciar en un mar ajeno. Esa realidad permanece; no depende del fallo. Suena a literatura hoy, pero uno de nuestros hombres del mar, Alberto Ostria, simbolizó así esa necesidad nacional: “si desaparecieren todos los bolivianos quedando vivo un solo, ese boliviano jamás dejaría de reclamar una salida propia al mar para su país.”

Finalmente, las cuestiones que, de haber vencido, hubieran sido accesorias, a raíz de la derrota cobran un peso mayor en la ponderación histórica y política. Aunque sin efecto legal, la estridencia gubernamental pudo ser solo un desliz, pero en la derrota luce diferente. Igual que el uso de foros internacionales para flamear las banderas de Siria, Palestina o Irán, olvidando nuestros propios y menos rimbombantes intereses. Evaluarlo es parte de la verdad, sin la cual no es posible avanzar.

Pero, ya sabemos, nada es más fácil que pedirle cuentas al fracaso. Y al menos yo quiero cuidarme de ese terrible mal nacional que es el oportunismo, en el triunfo o en la caída.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.





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