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29/08/2018

Se ha perdido la objetividad

Se ha perdido la objetividad y, por tanto, una sana relación con la realidad, cuando uno sustituye los datos de esa realidad por sus propios deseos y proyectos, y empieza a mentirse a sí mismo de manera sistemática y por cualquier motivo.

Por ejemplo, cuando uno piensa que puede ganar indefinidamente todas las elecciones presidenciales de un país en contra de la voluntad expresa de la mayoría de la población, mediante recursos baratos como el de habilitar su ilegal candidatura inscribiéndose en unas primarias inventadas a su medida, obligando a la oposición, de taquito, a registrar candidatos y militantes contra el tiempo.

O cuando uno cree que “controlar” las organizaciones sociales ya no pasa por ganarlas ideológicamente en el marco de una pugna sindical democrática sino por atacarlas y amedrentarlas, apresando a sus dirigentes genuinos para reemplazarlos por incondicionales a sueldo.

O, también, cuando uno exige respeto a las opiniones laudatorias que ha recibido de un determinado “artista”, pues se trataría de una legítima expresión democrática de afecto y reconocimiento, y no, como todos saben, de una grotesca genuflexión pagada con millonarios contratos a cuenta del Estado.

Se ha perdido la objetividad, también, cuando uno permite que sus simpatizantes planten coca allí donde les da la gana, incluso en territorios indígenas protegidos, pero desata el terror del aparato represivo del Estado para erradicar la misma planta cuando ha sido sembrada por gente que no lo apoya a uno.

O, igualmente, cuando uno acusa de ser “patrocinadora de organizaciones terroristas” a una defensora de los derechos humanos, para evitar que defienda a los cocaleros reprimidos de manera injusta, olvidando que, 15 años atrás, esa misma defensora lo defendió a uno cuando sembraba coca y todos los acusaban de terrorista.

Se ha perdido la objetividad, en resumen, cuando uno se resiste a aceptar que la vieja popularidad que alguna vez gozó se ha diluido irremediablemente, e intenta retenerla, o volver a “fabricarla”, a plan de golpes, artimañas, regalos y patadas.



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