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08/03/2019
El Compás

Los valores anti-igualitarios detrás de nuestras formas de “hacer cola”

Fernando Molina
Fernando Molina
Cuando como adulto viajé por primera vez al extranjero descubrí que las formas de hacer cola de los bolivianos eran peculiares. Tardé bastante en darme cuenta de cuál era exactamente la peculiaridad de la que se trataba. Para lograrlo me fue útil considerar las situaciones del tráfico vehicular como continuaciones de las que se presentaban en las colas de personas. Al fin y al cabo, cuando conducimos un vehículo hacemos colas de movimiento rápido, en las que igualmente debemos esperar para avanzar, y estamos obligados a seguir a quienes nos anteceden. Finalmente, un día me sentí capaz de nombrar la peculiaridad boliviana.
Me pareció que si en todas partes las colas de peatones y automovilistas eran una obligación molesta, solo aquí estaban tan cargadas de ansiedad. Sí, encontré que el sentimiento predominante en ellas no era otro que este: un deseo de avanzar a toda costa y también la aprensión de los involucrados por la posible aparición de obstáculos que pudieran impedir este avance.

Los bolivianos no formamos fila relajados, sino todo lo contrario; nuestras colas son compactas, estamos muy pegados unos a otros y no se admiten los espacios vacíos. También tenemos muchas dificultades para dejar de lado cualquier oportunidad de adelantar al resto con nuestro vehículo.

Estaba observación me pareció importante. Ya sabía que una característica psicológica de la población, determinada por varias investigaciones, era la desconfianza. Así que me pareció lógico relacionar ambas actitudes: la ansiedad era sin duda el resultado de la desconfianza.

¿Desconfianza de qué? Principalmente, de que los demás fueran capaces de cumplir las reglas que se desprenden del orden social, comenzando por las reglas de formación de las colas. Esta desconfianza parecía capaz de causar un comportamiento anticipatorio negativo, por el que cada quien actuaba como si los demás fueran a romper las reglas. El resultado final era que éstas no eran respetadas por nadie. Y esto explicaba el caos vehicular, entre otros muchos fenómenos.

Ahora bien, si normalmente las colas se forman según un principio igualitario (por eso todos estamos obligados a hacerlas), ¿a qué principios responden la ansiedad y la desconfianza de los bolivianos al hacer cola?

Mi hipótesis es que en Bolivia los valores individualista (yo y mi familia estamos por encima de todos los demás) y estamental (mi grupo étnico es superior a los demás) se superponen al valor igualitario. Nadie cree que puede confiar en los otros, y en especial esto le resulta imposible cuando los otros son “más otros”, es decir, pertenecen a un grupo étnico distinto.

Por tanto, cada boliviano actúa como si los demás fueran despreciables y su voluntad la única válida. Así, las relaciones sociales están determinadas por el desprecio mutuo. Una consecuencia de ello es que en Bolivia las identidades se fijen por la capacidad de despreciar antes que por la de afirmar lo que se es. El acomodamiento cotidiano de los grupos a lo largo del eje que va de la blanquitud (el polo deseado) a la indianidad (el polo rechazado) depende de procesos permanentes y multidireccionales de discriminación.

Por supuesto, esto implica que la sociedad no es igualitaria y, por tanto, no es moral (pues en la modernidad el “piso ético” de una sociedad es la igualdad ante la ley).

¿Cuáles son las implicaciones políticas de esta falta de igualdad? Lo explicaré en la conferencia y debate que, en el marco de las actividades de la Fundación Pazos Kanki, realizare el miércoles 13 de marzo, a las 19:00, en Auditorio (mi texto será comentado por Esteban Morales y Ana Velasco). Los invito cordialmente.

Fernando Molina es escritor y periodista.



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