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24/09/2018

Etanol, otro paso en la dirección incorrecta

¿Acaso alguien albergaba, todavía, alguna esperanza o duda? La ley del etanol, con sus graves riesgos de deforestación y contaminación y otros, viene a sumarse al mar de pruebas acerca de la abismal brecha entre los actos consistentemente depredadores del régimen del presidente Morales y su discurso del respeto a la Madre Tierra. Este rimbombante discurso es ahora convenientemente limitado a una desinformada o complaciente audiencia internacional. También quedó registrado en la Agenda 2025 (supuesta razón para otra inconstitucional reelección presidencial) en la que, como por arte de magia, se promete y cabe casi todo sin que importen las insalvables contradicciones: es una alucinada armonía del lirismo pachamamista más exaltado y del extractivismo devastador, retro y conservador.

Debido a la incapacidad del MAS de construir y de poner en marcha una visión de país auténticamente alternativa, transformadora y viable en el siglo XXI, viejas y poderosas inercias dejan para quién sabe cuándo las transiciones necesarias y resuelven las contradicciones a favor de la profundización de aquello que se dice querer superar: la tradición colonial de masiva y contaminante exportación de recursos naturales con escaso valor agregado provenientes de la minería, los hidrocarburos, así como, más recientemente, la frágil, limitada y mal aprovechada fertilidad de la mayor parte de las tierras tropicales y la destrucción de sus indispensables bosques.

No hay novedad ni sorpresa en el hecho de que esta matriz productiva implique indeseables consecuencias económicas, sociales y políticas. Son menos conocidas las consecuencias ecológicas que (dada la actual agregación histórica de destrucción) implica fenómenos como círculos viciosos, superación sin retorno de umbrales y puntos de quiebre, categorías propias de sistemas dinámicos y complejos, propios de la naturaleza. Por ejemplo, la revista científica Science Advances, publicó este año el artículo “El punto de quiebre amazónico, de Thomas Lovejoy y Carlos Nobre que ratifica la amplia evidencia de que estamos peligrosamente cerca del punto en que la deforestación agregada del bosque amazónico cruzaría el umbral a partir del cual la cantidad de vegetación restante no podría ya contribuir (vía evapotranspiración y otros procesos) a generar suficientes lluvias como para sostener el bosque tropical, o lluvioso. Tendería a convertirse en una gran sabana muy vulnerable a frecuentes y masivos incendios dado el previsible efecto combinado de alza de temperaturas y de sequías. Esto impactaría directamente en el régimen de precipitaciones de buena parte del subcontinente, incluyendo la mayor parte del territorio boliviano.

Además del problema de la deforestación del bosque para la ampliación insostenible de la frontera agrícola y sus consecuencias, la producción de cada litro de etanol demanda, según el investigador de la Universidad de Cornell, David Pimentel, “más de 1.700 litros de agua, además de 14 insumos como maquinaria, electricidad, herbicidas, pesticidas, fertilizantes y energía fósil”. (El Diario, 19/09/18).

Estos son tiempos en que necesitamos tener claras las prioridades y asumir sus desafíos, difíciles, pero ineludibles. Poner, por ejemplo, en riesgo equilibrios hidrológicos para producir bienes que no sólo no son indispensables sino que agravan la contaminación, la deforestación, el Cambio Climático, comprometiendo algo indispensable y crecientemente escaso como el agua es prueba de una pésima conducción del país.

Urge el diseño responsable de una transición energética hacia las energías renovables y limpias. El desafío para Bolivia es aún mayor porque los hidrocarburos son, además, fuente crítica de ingresos fiscales y de divisas. Cualquier propuesta de transición debe tomarlo en cuenta. Con todo, persistir en la presente matriz energética sin visos, o transitar hacia una sustentada en megarepresas, fracking, o nuclear (con un pizca de solar y eólica), es ir en sentido opuesto al debido. Es un camino inviable por retrógrada y devastador de la base que sostiene la vida, incluyendo la nuestra.

Cecilia Requena es investigadora, ecologista y docente



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