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03/09/2018

El efecto café a la turca

Este año, el entorno internacional ha sido complicado para las economías emergentes, por lo que sería prudente realizar un monitoreo continuo. La crisis de Turquía es un indicador de este deterioro externo, que se expresó con una devaluación acumulada de la lira del 30%, que pasó de valer 5,3 liras por un dólar a 6,9 tan solo en una semana. Y si bien luego bajó a 5,8 liras por un dólar, en la última semana de agosto volvió a devaluarse a 6,26 liras, pese a contar con el apoyo financiero de Qatar. La fuerte caída inicial llegó a denominarse flash crash o crisis relámpago, y fue más estrepitosa que la caída de la libra esterlina respecto al euro en 2016.

La causa que detonó esta crisis cambiaria fue el incremento en un 50% a los aranceles del acero y aluminio turcos que se importan a EEUU, medida asumida por la Casa Blanca luego de que la Justicia rechazara un recurso para liberar al pastor estadounidense Andrew Brunson, acusado de espionaje y terrorismo. Para contener esta devaluación, que a su vez hizo subir el riesgo de asegurar la deuda turca en 200 puntos, el Banco Central de Turquía subió la tasa de interés de referencia en 5%.

A los países emergentes de América Latina les preocupó el posible efecto contagio de la crisis turca, por lo que no vacilaron en devaluar sus monedas, pese a que en teoría no intervienen sus mercados cambiarios. Así, el real brasileño, el peso chileno y el peso colombiano se devaluaron en más del 5% en un solo mes. Habría que considerar en forma separada la depreciación de un 9% en el mismo periodo del peso argentino, debido a otros factores y problemas internos antes que externos. Pero en todo caso, resulta evidente que las fuertes devaluaciones de las monedas de los países vecinos tienen efectos sobre nuestra economía, aunque seguimos creyendo que estamos blindados.

Las bolsas de los mercados emergentes, que ya venían declinando este año, cayeron más acentuadamente a mediados de agosto, aunque en la última semana se recuperaron, y la opinión generalizada es que aparentemente no estamos frente a una crisis sistémica a nivel de mercados emergentes, sino de casos aislados como Turquía y Argentina, causados por diferentes motivos.

Por otra parte, la Reserva Federal de EEUU está retirando la liquidez inyectada con motivo de la crisis financiera de 2008, como explica en su última Carta Financiera, y que seguirá retirando dinero el próximo año; medida que podría agravar el problema de liquidez en algunos países, especialmente en las economías altamente endeudas como Argentina. Si a esto se le suma la tendencia de incrementar las tasas de interés de referencia a nivel internacional, se esperaría salidas súbitas de capitales, lo que a su vez podría desestabilizar a más de una economía en problemas.

La crisis turca no está relacionada con su déficit fiscal, que alcanza solamente al 1,5% del PIB, y una deuda externa de 28% del PIB; sino que devino sobre todo por causa de un conflicto geopolítico religioso, como antes se dijo. En cambio, nuestros vecinos estratégicos como Argentina y Brasil tienen un déficit fiscal del 6,2% y del 7,8% del PIB, respectivamente, y una deuda del 57% y el 74% del PIB, por lo que su situación es muy vulnerable en un entorno de baja liquidez y la tendencia al alza de las tasas de interés en el mercado financiero global que incentiva la salida de capitales.  

Los temores de contagio amplifican los problemas, y las reacciones validan el “posible” contagio, como un claro ejemplo de la profecía autocumplida. En nuestra economía, por el bajo grado de integración al mercado financiero global, los efectos del contagio no vienen de Turquía, sino de Argentina, que no está pagando la factura por el gas boliviano y que tiene corridas cambiarias, como las registradas en días recientes.

Gabriel Loza Tellería es economista



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