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Economía | 17/04/2019

Desmitificando el supuesto "milagro" económico boliviano



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Fernanda Wanderley y José Peres-Cajías

Durante los últimos meses, desde el Gobierno y desde voces afines al mismo, se insiste en que la economía boliviana vive un milagro económico gracias a las políticas públicas implementadas en el país en la última década. 

Por un lado, se manifiesta que la economía ha crecido de forma sostenible desde 2006, año de la llegada de Evo Morales al poder. Por otro lado, se resalta que, a pesar de la reducción de los precios internacionales y del pesimismo de los organismos internacionales (básicamente el FMI), la economía ha mantenido tasas de crecimiento superiores a la de varios de sus vecinos. 

En este artículo usaremos algunas de las reflexiones surgidas en el libro que coordinamos, Los desafíos del desarrollo productivo en el siglo XXI: diversificación, justicia social y sostenibilidad ambiental, que fue presentado el pasado mes en la Universidad Católica Boliviana, para cuestionar la idea de que en los últimos años hemos vivido un “suceso o cosa rara”, la segunda acepción que la Real Academia de la Lengua da a la palabra milagro.

Está claro que debemos festejar que la economía boliviana creció en la última década y media y que, a pesar de las semejanzas ideológicas, el país no haya caído en la tragedia venezolana.

Usamos la palabra tragedia de manera deliberada: el mal manejo macroeconómico en Venezuela no solo ha hecho que el PIB se reduzca al 50 o 60% del nivel que tenía en 2013, que la hiperinflación sea una de las más grandes en la historia económica mundial, sino también que la mortalidad infantil haya vuelto a niveles que presentaba en 1990. 

Este contraste, no obstante, no debe hacernos pensar que lo vivido en los últimos 15 años es algo inusual en la historia económica boliviana. En efecto, el capítulo del libro escrito por José Peres-Cajias muestra que la tasa de crecimiento promedio anual del PIB per cápita entre 2002 y 2015 está en torno al 3%, ligeramente superior a la presenciada en los períodos 1932-1952 y 1959-1978, de alrededor de 2,9%. 

Igualmente, en otro trabajo de Peres-Cajias, Timothy Kehoe y Gustavo Machicado, se observa que el crecimiento del PIB por trabajador en edad de trabajar (es decir, el PIB generado por cada boliviano que podría estar en el mercado de trabajo) fue mayor durante el período 1960-1977 que entre el 2002 y 2017. Usamos el año 2002 como punto de comparación porque fue cuando terminó el último período de estancamiento de la economía boliviana (1998-2002). 

Pero junto al hecho de que la tasa de crecimiento de los últimos años no sea históricamente particular, se debe considerar la dependencia de la economía de unos pocos recursos naturales. El debate sobre esta temática será ampliado en una segunda entrega.

Déficits comerciales y fiscales

También está claro que, en un contexto regional de estancamiento, es positivo que la economía boliviana hubiera  crecido de todos modos en los últimos años. No obstante, debemos también ser claros en enfatizar que ello se ha logrado con un costo específico: déficits fiscales (el gobierno gasta más de lo que ingresa) y déficits comerciales (se importa más de lo que se exporta) crecientes desde 2014 y en torno a 7% del PIB en las últimas gestiones. Por el momento, existe espacio para controlar esta situación. Pero si estas tendencias se mantienen y el Gobierno no hace nada, podemos acercarnos peligrosamente a un contexto de inestabilidad macroeconómica.

Más allá de discutir datos agregados, el libro remarca que el crecimiento no importa per se, sino por el impacto que pueda tener en el bienestar de las personas. En este sentido, es también positivo que el crecimiento que tuvimos en el último período haya reducido la pobreza y la desigualdad. Aún no tenemos datos directamente comparables para valorar si esto también se dio en los anteriores períodos de crecimiento económico en Bolivia.

De todas maneras, el Gráfico 1 muestra que si hubo un “milagro”, éste no fue exclusivo de Bolivia. ¿Por qué? Una de las diversas explicaciones es que tanto la “socialista Bolivia” como la “neoliberal Perú”, enfrentaron un contexto externo donde el trabajo no especializado tendió a ser más recompensado que el trabajo especializado. Así, comparando los gráficos 1 y 2, no es casualidad que las caídas más significativas en la pobreza y desigualdad en Bolivia se dieron en los períodos en los que los términos de intercambio bolivianos (estos miden cuánto gana Bolivia por unidad que exporta sobre cada unidad que importa) mejoraron.

Dado el empeoramiento actual de las condiciones externas bolivianas, ¿cuán sostenibles son las ganancias en términos de pobreza y desigualdad? Una serie de trabajos demuestra que la caída de la pobreza y la desigualdad fueron resultado ante todo de la evolución del mercado laboral y no tanto del impacto de los bonos estatales –el bono Dignidad es la excepción. 

Si ello es así, son preocupantes las conclusiones en los capítulos de Gonzalo Chávez, David Zavaleta y Henrique Velazco: el empleo durante el último boom ha tendido a concentrarse en sectores que no sólo generan poco valor, sino que se caracterizan por su informalidad, es decir que no cuentan con salvaguardas cuando el ciclo económico empeora. 

Las conclusiones de estos trabajos están en línea con recientes investigaciones del Instituto de Investigaciones Socio-Económicas de la Universidad Católica Boliviana y del Centro de Investigaciones Sociales de la Vicepresidencia, que muestran que los cambios en las remuneraciones de los trabajadores bolivianos no estuvieron acompañados de cambios sustanciales en la calidad del empleo. Esta temática será ampliada en una tercera entrega.

¿Milagro?

En tercer lugar, desde el oficialismo se defiende que el “milagro” es resultado de un modelo económico donde sectores generadores de excedentes (hidrocarburos, minería y electricidad) y controlados por el Estado, redistribuyen las rentas hacia otro sector generador de ingresos y empleos. Aunque esa posibilidad es interesante, se observan serias limitaciones en su implementación. De hecho, la baja inversión pública productiva en los sectores agropecuario, industrial y de turismo, en comparación con el sector de hidrocarburos, evidencia la insuficiente transferencia de renta de la exportación de materias primas hacia los sectores generadores de empleo.

En otras palabras, la priorización de la inversión pública productiva en los sectores extractivos y la carencia de políticas integrales de promoción de los sectores generadores de empleo ponen en cuestión el éxito del publicitado modelo.

No solo esto, el libro resalta que cualquier modelo difícilmente puede ser calificado de exitoso si no toma en cuenta la crisis ambiental que vive el planeta. Así, más allá de cuestionamientos económicos, en el libro se critican aquellos proyectos que insisten en la generación de excedentes sin tomar en cuenta el impacto ambiental de los mismos. Una vez más, aspectos como la contaminación de ríos por la minería o el crecimiento de la deforestación cuestionan la idea de un “milagro” en los últimos años. Más aún, tal como mostraremos en una cuarta y última entrega, el libro discute experiencias exitosas que reconcilian desarrollo económico con sostenibilidad ambiental.

Fernanda Wanderley es directora de IISEC, Universidad Católica Boliviana, y José Peres-Cajías es investigador de la Universidad de Barcelona



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